Saber decir “no” es un hábito orientado hacia el éxito. Un hábito saludable que nos acerca hacia la meta porque evita dispersiones. Pero para saber cuándo hay que decir que no necesitamos una hoja de ruta, una lista de cosas que nos acerquen a nuestro propósito y que podamos chequear continuamente. Os doy un ejemplo de esto en mi día a día en la aviación:
Nos encontramos en una aproximación de aterrizaje en el aeropuerto. Mi compañero se da cuenta de que estoy llevando una velocidad excesiva, más elevada que la del perfil de vuelo que nos indica la velocidad adecuada. En aviación conocemos cuál es la secuencia a seguir en todo momento, los pasos correctos. Yo tengo que decirle que uno de los pasos lo vamos a omitir o lo vamos a realizar de un modo distinto (por un requerimiento del controlador aéreo, por ejemplo) para que él sepa que estoy dentro de esa secuencia.
La diferencia está en que si yo no le digo nada él usará conmigo la asertividad, usando la comunicación de la forma adecuada para conducir la situación hacia el propósito: “Estás haciendo una aproximación muy buena, ¿pero no piensas que vamos un poquito pasados de velocidad?”.
En mi respuesta él observará qué está pasando en ese momento. Es como suelo decir, una alerta amarilla, hay que estar pendiente. Tenemos que seguir nuestra secuencia de aterrizaje segura, y el propósito de mi compañero será que se reduzca la velocidad para que hagamos una aproximación segura. Tenemos que supervisar el proceso.
Lo mismo en la vida. Mi propósito cuál es, realizar una serie de tareas a lo largo del día que nos acerquen a la meta. Si tenemos una lista de chequeo como en el avión, a mano, podemos ir comprobándola, evitando así las distracciones cotidianas, que terminan convirtiéndose en una distorsión de nuestro objetivo. Las actividades que se salen de la secuencia de nuestra lista las podemos evaluar y ver si nos suponen un retraso o si por el contrario pueden ir alineadas con nuestro propósito.