Uno de los motivos por los que en mis cursos prevalece un afán de afrontar los problemas y retos desde la práctica, esto es, a partir de dinámicas de grupos y otras actividades que propongo, es porque no hay dos situaciones idénticas en la vida, y para poder actuar sobre cualquier circunstancia por cambiante que sea, no necesitamos grandes dosis de teoría.
Poner ejemplos está muy bien, y es didáctico. Aclara conceptos. Pero hay que tener cierta precaución porque nos puede pasar que caigamos en el “error de disponibilidad”, que es ver historias que se parezcan a nuestra situación actual, aunque no sean iguales, y pensar que el resultado que vamos a tener, o nuestro destino, va a ser el mismo. Ver nuestra historia personal bajo el prisma de una experiencia de otra persona, algo que es tan inevitable a veces. Esto nos lleva a imaginar el resultado, nuestro futuro, con creencias limitantes que no hacen más que llevarnos a un círculo vicioso. Luego pasa que cualquier problema de pareja que tengamos nos pueda llevar a pensar que es como el que tuvimos en aquella relación tan dañina de hace mil años. O peor aún, como el problema que tuvo tu prima lejana con aquel chico, y que ella se encarga de refrescarte para que no “cometas” el mismo error. Su mismo error.
Pues bien, esto es en realidad una falacia, una exageración de nuestra percepción del mundo. Y es que entender que cada caso es único es fácil de decir pero no siempre de interiorizar. Es como cuando de niños vimos la película Tiburón en un cine de verano. Al día siguiente nos metíamos en la playa con un miedo imposible, porque en el mediterráneo los tiburones no pican. Sin embargo somos capaces de fumar tan tranquilamente pese a saber que es algo que mata bastante más que los escualos. Hasta que un día fallece alguien a quien queremos mucho por un cáncer de pulmón o un infarto. Esa ya es una experiencia real y muy práctica que nos hace cambiar el chip de manera inmediata.