A principios de siglo veinte, en el seno de una familia humilde nace Pedro Chicote Serrano en Madrid. Con 5 años quedó huérfano de padre y la necesidad apremió su incorporación al mundo laboral para ayudar a su madre en la crianza de su hermano menor. Repartió telegramas, trabajó en un mercado. Ya en su adolescencia le contrataron como ayudante de barman en el mítico hotel Ritz, donde su dedicación, don de gentes y simpatía genuina le abrieron las puertas al que sería su propio arte, la coctelería. “El Velázquez de los cócteles”, como lo llamaron, reunía una curiosa y atípica forma de tratar a los demás. Él mismo aseguró en una entrevista que consideraba de mayor importancia hacer sentir bien a las personas que prepararles un brebaje perfecto con angostura.
Así fue y el destino le tenía reservada una bonita sorpresa. Abrió su propio local ubicado en la Gran Vía madrileña en 1916 y puede que no fuese consciente de la repercusión que tendría, quizás ni siquiera imaginara que algún día sería lugar de encuentro de monarcas, escritores, políticos y actores de cualquier parte del mundo. Era allí y no en las pasarelas de Cibeles dónde misses y divas con glamour se daban un capricho. Chicote acuñó mezclas que refrescaron los paladares más exquisitos de la época. Y si las paredes del local hablasen serían dignas de telefilm, porque fueron testigo de excepción de tres etapas políticas en España: la República, la dictadura y la Monarquía, con sus tan diferentes líderes y séquitos que allí acudieron. Habituales eran Sophia Loren, Ava Gardner, Hemingway, Grace Kelly, Onassis, Sinatra, La Pasionaria… Incluso le rinden homenaje en un chotis y un pasodoble.
Una vez más, la perseverancia, la gracia, el trabajo y la distinción son los ingredientes del éxito.
Dicen que cuando tenía una puesta de largo vestía de impoluto esmoquin blanco, y dicen también aquellos que en acción le vieron que apenas movía la coctelera…