La mañana aparecía nublada en Madrid, y con mucha niebla. Como decía mi abuela, “mañanitas de niebla, tardes de paseo”. La visibilidad era de unos 500 metros, y en estos casos los procedimientos para el aterrizaje son distintos. Dada la velocidad que llevamos junto con la baja visibilidad nuestros mínimos de seguridad son más altos, más restrictivos. Se nos enciende, como yo llamo, una alerta amarilla. Estamos haciendo algo que no nos hace sentir muy cómodos, pero sin embargo es un buen síntoma ya que nos hace salir de nuestra zona de confort. Dejamos de actuar de forma automática para centrarnos en conseguir lo que queremos.
Esta situación me encanta como metáfora para describir lo que ocurre en los principios de los proyectos que emprendemos. Desearíamos tener un control absoluto de la situación, una amplia visibilidad, pero no es posible. Y aquí es donde hacen acto de presencia los miedos, las dudas sobre el proyecto. Pues bien, sucede que aunque no sea posible un control absoluto, ni saber qué va a pasar con nuestra empresa ni con nuestro día a día, en realidad lo primero necesario es un primer paso. Fijarnos en lo que tenemos justamente delante.
Para ello necesitamos saber con claridad qué queremos. Y una de las claves para conseguirlo es tener consciencia de qué cosas hemos hecho bien antes, de modo que nos resulte más fácil y convincente creer en nosotros mismos. Escribir nuestras pequeñas victorias, esas de las que no somos conscientes porque no les hemos prestado la atención merecida, y que nos han llevado a ser quienes somos. Con una autoestima bien alimentada seremos capaces de emprender con más confianza.
Finalmente conseguimos aterrizar el avión. Al llegar a nuestro mínimo de seguro de visibilidad pudimos ver las luces de pista, y como lo habíamos hecho tantas otras veces, aterrizamos con total éxito y seguridad.
Lourdes Carmona