La película se llamó en España “Atrapado en el tiempo”, pero es más conocida como “El día de la marmota”. Aquel film en el que Bill Murray se despertaba una y otra vez a las 6 de la mañana del mismo día. De la misma manera hay fases en nuestra vida en las que parece que la misma historia, la misma preocupación, se nos repite en la mente una y otra vez, sin dejarnos avanzar, sin conseguir por más que lo intentemos salirnos de los surcos que trazan los problemas en nuestra mente. Y es que para conseguir un cambio necesitamos un catalizador. Algo con la suficiente fuerza como para hacernos romper la barrera de la propia perspectiva, y que nos permita ver la situación desde un ángulo distinto. Muchas veces desde un prisma diferente encontramos soluciones que estaban delante de nuestras narices, pero que las mismas narices ocultaban a los ojos.
Un catalizador para el cambio es la experiencia emocional. Y de entre las emociones que pueden ayudar a esta experiencia, la rabia es la peor vista, o al menos tiene mal cartel. Sin embargo en ciertos momentos de la vida esta emoción bien encauzada puede servirnos para salirnos del cauce de nuestro propio flujo de pensamiento. ¿Cómo?
Pues a veces con las buenas intenciones y con un pensamiento positivo no logramos avanzar. O mejor dicho con lo que creemos que es un pensamiento positivo. Estamos sin quererlo sumergidos en una visión egocéntrica. No somos capaces de vernos actuar desde fuera. Por ejemplo queremos dejar de fumar, pero ni con la mejor de nuestras intenciones logramos dejar de hacerlo. Sabemos la explicación racional y no somos lerdos, sabemos que va a traernos consecuencias nefastas. Pero nos es muy difícil romper con nuestra conducta.
La clave puede ser identificar el momento en el que nos saltamos a la torera nuestra dieta, los estudios, el ejercicio, lo que sea. Y podemos llegar a fijarnos en que siempre lo hacemos de una manera más o menos parecida, que tenemos unos patrones de conducta. Pues aquí sí que nos resulta muy eficaz el soltar toda esa rabia no contra nosotros, sino contra esos patrones que hacen que nos saltemos nuestras propias reglas y voluntad. Al enfadarnos con nuestra conducta y no con nosotros mismos, empezamos a tomar el punto de vista de un observador externo, y así podemos dar un importante primer paso para el cambio.