Sin darnos cuenta, frase a frase, nos vamos metiendo en problemas o por el contrario, también sin forzarlo, aprendemos a ser felices. ¿Por qué digo esto? Hagamos un simple ejercicio de autoanálisis: Pongamos en una lista a las personas con las tengamos trato de forma habitual, ya sea en familia, pareja, con los amigos o dentro del entorno laboral en el que discurre gran parte de nuestro día a día. Al lado de estos nombres pongamos un (+) o un (- ), determinado por si la persona en cuestión nos aporta afecto, empatía, en definitiva buen rollo, o en cambio consideramos que es una persona que nos chupa la energía con solo abrir la boca, lo que sería una personalidad tóxica. Así de fácil.
La recomendación del escritor W. Clement Stone es la de dejar de tener trato con estas personas que nos desgastan y nos roban los sueños. Y si esto no fuera posible al menos sí reducir el contacto. Tal vez la mayor parte de personas negativas se encuentren en nuestro lugar de trabajo, o entre nuestros círculos de amistades. Esto nos deja pistas.
Ahora volquemos esta hoja, pongámosla al revés. ¿Dónde crees que estarías tú para los demás?, ¿te marcarían con (+) o con (-)? Y explorando un poco más, ¿cómo te considerarían tus amigos?, ¿cómo tu madre?, ¿cómo tus compañeros de trabajo?
Si tienes dudas, fíjate en tu actitud al llegar al puesto de trabajo, o escucha bien el montante de frases que vas soltando a lo largo del día con unos u otros de modo inevitable: ¿Son frases que en general tienen un carácter positivo? ¿Son frases que denotan que disfrutas de la vida, que estás aprendiendo y mejorando, que no te cuesta decir “lo siento” o “gracias!”? Es así de fácil, a todos nos atrae la gente que transmite felicidad. Gente que tiene un lenguaje agradable, gente que sabe reflejar la mejor parte del mundo y de sí mismo en los demás. Gente con mucho potencial humano.