Ser consciente de dónde está uno mismo, y tratar de averiguarlo cada día. Pero sin olvidar dónde empiezan los demás. Ser consciente de los demás. La felicidad está en darse a los demás en su justo término. Pero ser consciente de que nadie debe soportar el yugo de llevar a hombros “nuestra felicidad”.
Ser consciente de que no nos bañaremos dos veces en el mismo río, de que hoy es lo fundamental, mañana importa y ayer siempre llovió. Pero tratar de construir muros duraderos, con el cuidado del artesano, con la paciencia del relojero. Ser consciente de que todo muro necesita puertas para llamarse casa.
Ser consciente de que la suerte de hoy es el trabajo de ayer, y probablemente de los últimos años. Como en otros, en mi trabajo, ser plenamente consciente de las decisiones en una situación de peligro salva vidas.
Ser consciente de que hay muchas formas de hacer las cosas bien, y que esto es así seamos nosotros los actores principales o lo sean los otros. Ser consciente de nuestros deseos, de trazar un plan, de tener unos objetivos. Pero saber a ciencia incierta que no tenemos ni idea de qué nos deparará el futuro. Ser conscientes de que muchas veces no necesitamos pensarlo tanto.
Ser consciente de nuestra respiración, de nuestra alimentación, de que somos naturaleza.
Ser consciente de que estamos conectados, pero también de que vivimos solos. Ser consciente de que necesitamos y nos necesitan, pero también de las limitaciones de tiempo y de energía. Ser consciente de que uno elige constantemente, y así día a día, desde lo más diminuto, uno va pintando su realidad del color que prefiere. Pero ser consciente de que los demás también colorean nuestro mundo, y que en la diferencia también está la complementación.
Ser honesto con uno mismo y con los demás nos posiciona en una privilegiada realidad, desde donde ocurren transformadoras experiencias renovadoras.