Alerta amarilla, baja visibilidad

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    La mañana amanecía en Madrid nublada, completamente nublada. Mucha niebla, y como decía mi abuela «Mañanitas de niebla, tardes de paseo». Veníamos del norte de España, volábamos de Santader a Madrid. En estos casos los procedimientos son distintos. Se veían unos 500 metros, un espacio que andando tardamos unos minutos en cubrir pero que aterrizando a casi 300 km/h son escasos. Por ello necesitamos unos mínimos de seguridad más altos, más restrictivos.

   Aunque no sea posible un control absoluto lo necesario es un primer paso

   Esta metáfora me encanta para describir lo que ocurre en los principios de los proyectos que emprendemos. Querríamos tener una visibilidad completa de la situación, un control absoluto, pero ello no es posible. Y aquí hacen su aparición las dudas, los miedos. Y sucede que aunque no sea posible un control absoluto, no sea posible saber qué va a pasar con nuestro proyecto, con nuestro día a día, en realidad lo primero necesario es un primer paso. Lo que hay justamente delante.


   Para ello necesitamos saber con claridad qué queremos. Y una de las claves para conseguirlo es tener consciencia de qué cosas hemos hecho bien antes, de ese modo resultará más fácil y convincente creer en nosotros mismos. Escribir nuestras pequeñas victorias, esas de las que no somos conscientes porque no les hemos prestado la merecida atención, y que nos han llevado a ser quienes somos. Cuando nuestra autoestima está bien alimentada y sabemos que somos capaces de hacer las cosas bien porque ya lo hemos hecho con anterioridad, eso nos da más confianza para emprender.



   Hay que saber tratar las alertas amarillas, esto por qué me sucede

 

   Volviendo a la baja visibilidad, se nos enciende una alerta amarilla. Estamos haciendo algo que no nos hace sentir muy cómodos, pero sin embargo es un buen síntoma ya que nos hace salir de nuestra zona de confort. Dejamos de actuar de forma automática para concentrarnos en conseguir lo que queremos.


   Finalmente conseguimos aterrizar el avión, justo en el momento de llegar a nuestro mínimo seguro de visibilidad pudimos ver las luces de pista y aterrizamos sabiendo dónde están los bordes de la pista y el centro de la misma, porque literalmente no veíamos tres en un burro, término de aviación por excelencia. Teníamos un plan B, por supuesto, que era la aproximación frustrada. Una operación que aunque tenga ese nombre que no suene muy positivo es la parte más segura, la que nos permitirá volver a intentar la aproximación con éxito más adelante, en otro aeropuerto o con mejores condiciones de aterrizaje.