EL HÁNGAR: DIARIO DE UNA AVIADORA
22 de noviembre 2017/ El Despertador.
Hoy, antes del amanecer, regresé al trabajo después de mis vacaciones. Empezar la semana un miércoles suena bien, aunque para los que nos dedicamos a la aviación no sienta tan bien decir que a las tres de la mañana sonó el despertador. Y no por capricho, por mera obligación. Mi hora de presentación en el aeropuerto era a las cinco de la mañana. La parte casi «masoca«: ¿cómo puede ser llegar a levantarse dos horas antes tan temprano? Por muchas razones; sacrificio, hábito y por vivir a cuarenta minutos del aeropuerto.
Sacrificio, porque a esa hora cualquier cosa que una tenga que hacer sin pijama y fuera de la cama, es casi un castigo. Pero por otro lado compensa guardar un buen hábito, aquel que ayuda a poner en marcha el día, bajo control, sin prisas, adueñada de cada minuto. Es entonces cuando agradezco una ducha en su inicio con agua tibia pero con final gélido, un desayuno nutritivo y meditar durante veinte minutos antes de empezar un día frenético volando entre ciudades, a veces entre nubes.
Así, afronto las jornadas mañaneras más duras.
Que conste que no tengo respuestas para todo, pero leo, escucho y aprendo. Y después de 20 años como piloto, mantengo una actitud abierta para disfrutar al máximo de mi profesión y envejecer con dignidad, y que no te engañen, la arruga es bella cuando la respalda la sabiduría y el aprendizaje que otorga la madurez.
En ocasiones trabajo durante ocho horas seguidas, otras jornadas son de hasta casi doce horas, y de forma independiente a la hora que haya sonado el despertador. Cuando parece que el cansancio alcanza su punto álgido, llega el momento de sacar los ases que aguardo bajo de la manga para sobrellevar la fatiga, a veces el stress, y seguir disfrutando de las vistas de mi oficina a diez kilómetros de altitud.
En las próximas entradas de mi blog habrá más confidencias…